La madre Nada que ver con la común historia, nadie me quiere y todas esas cosas. Ella fregaba suelos nunca se compró ropa, por darle un buen colegio multiplicó las sobras. Cual sería el instante, quién la enseñó estas cosas, cuando probó la muerte y amaneció entre sombras. Que te puedo dar que no me sufras, que te puedo dar que no te hundas. Que no vea en tus ojos reflejos de cristal, que me mata tu angustia que me puede tu mal, que te puedo dar... Quiso ayudarle sin saber ni cómo, y aunque no pudo fue vendiendo todo, pero todo era poco para un saco sin fondo. Un golpe a una farmacia, algún pequeño robo, ya que de vuelta en la casa del hospital sabía, que más pronto que tarde la herida se abriría. Que te puedo dar que no me sufras, que te puedo dar que no te hundas. Que no vea en tus ojos reflejos de cristal, que me mata tu angustia que me puede tu mal, que te puedo dar... Con la prudencia que da la locura, buscó los datos, aclaró sus dudas, con un último esfuerzo le compró la más pura, y al mimrarle a los ojos se le borró entre brumas. El creyó que soñaba en el fugaz instante, en que acabó su tiempo abrazado a la madre. Que te puedo dar que no me sufras, que te puedo dar que no te hundas. Que no vea en tus ojos reflejos de cristal, que me mata tu angustia que me puede tu mal. Que te puedo dar que no me sufras, que te puedo dar que no te hundas. Que no vea en tus ojos reflejos de cristal, que me mata tu angustia que me puede tu mal, que te puedo dar...